El día de la fabricación de la baldosa, Graciela Lombardi nos aportó este tesoro: una foto de su propio casamiento, en febrero de 1976, donde -al fondo, a la izquierda- podemos ver a Carlos:
Es, por el momento, la única foto personal de Carlos Cortés que conocemos. Y la más cercana a la fecha del secuestro.
El 21 de agosto, después de las vacaciones de invierno, Graciela nos visitó en la escuela, en donde trabajó como maestra de inglés en 1971. Fue entonces cuando conoció a Carlos, que era Auxiliar de Dirección. También Cristina Marcos entró a la escuela ese mismo año. Carlos les llevaba a ambas unos diez años, sin embargo, se entendía mejor con ellas y otros maestros jóvenes que con los más antiguos. Todos eran estudiantes universitarios, compartían puntos de vista comunes sobre la vida en general y sobre la educación en particular. Sobre todo, porque en ese tiempo había entre los docentes algunos muy rígidos, que imponían una disciplina muy estricta, represiva, castigando a veces a los alumnos, incluso físicamente. Carlos Cortés y el grupo de maestros más jóvenes se oponían fuertemente a esta postura. Querían que los chicos pudieran tener libertad para expresarse y pensar críticamente.
Graciela volvió a hablarnos del compañerismo y la solidaridad de Carlos con sus amigos, de su inteligencia y su humor, también nos contó de su rechazo a la injusticia social y su mirada crítica sobre el mundo occidental; nos habló de sus películas preferidas (las de Buñuel) y nos enteramos de que tenía amigos folcloristas, iba a las peñas y era un gran bailarín de chamamé. Algunos fines de semana iban a una casa que la madre de Carlos tenía en los alrededores de Buenos Aires. Allí jugaban a las cartas: al truco y al chinchón.
En 1976, Carlos iba a cumplir cuarenta años. Cristina, Graciela y otros amigos querían convencerlo de hacer una fiesta, o sino, organizar una fiesta sorpresa. Pero no fue posible: Carlos cumplió sus cuarenta años en cautiverio.
Graciela evocó la dolorosa angustia de aquel año. La espera, la incertidumbre, la tristeza. Un dolor que no se borró, como tampoco se borraron la ternura, el afecto y los recuerdos que, con tanta calidez, Graciela nos transmitió.
¡Muchísimas gracias, Graciela!
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